lunes, 14 de febrero de 2011

Valor del amigo

Por: M. José Cicero

La verdadera amistad se demuestra en el afecto, la confianza y el sacrificio por la persona amada
Antoine de Saint-Exupéry en su libro El Principito, resalta el carácter esencial del valor de la amistad. “Busco amigos”, es la respuesta del Principito al zorro y al mismo tiempo es la respuesta a uno de los deseos más profundos del hombre: amar y ser amado.

La etimología de la palabra amistad viene determinada en la voz del latín vulgar amicitas, derivada a su vez de amicus (amigo) y amare (amar). Entendida de esta manera la amistad es una de las formas más nobles del movimiento amoroso entre los hombres.

Aristóteles afirmaba que el hombre es un animal social por naturaleza. Nacimos “de”, crecimos “entre” y nos relacionamos cotidianamente “con” otras personas. Así la amistad se convierte en una característica no sólo necesaria sino fundamental de nuestra condición humana. Somos existentes que interactuamos en el mundo de los hombres.

El mismo Aristóteles, convencido de esta exigencia tan propia del hombre, decía: “sin amigos nadie querría vivir aunque tuviese todas las riquezas”. En el bienestar o prosperidad buscamos hacer el bien a nuestros amigos y en la pobreza o adversidad consideramos a los amigos el único refugio.

Amigo se dice en muchos sentidos por lo que es necesario distinguir entre los diversos tipos o grados de amistad para determinar quién es el verdadero amigo ya que este último parece una especie difícil de encontrar y en vía de extinción.

Siguiendo con la reflexión aristotélica, la amistad se divide en tres niveles:

En primer lugar hallamos la “amistad por el placer” que resulta ser la menos perfecta. En este tipo de relación cada uno busca su propia complacencia y no el buen carácter o el valor propio del otro amigo. Se hacen amigos con rapidez y dejan de serlo con facilidad porque es una amistad voluble que se basa en sentimentalismos y gustos propios. Esta relación se asemeja al cubito de azúcar cuando cae en la taza negra, amarga y caliente de café, pues al presentarse un problema la amistad se disuelve precipitadamente. Construir la amistad sobre estos motivos es igual que edificar una casa sobre la arena: llegan las tormentas y la casa se cae, pues no tenía buenos cimientos.

En segundo lugar emerge la “amistad por interés” donde el aprecio existente no es por sí mismos, por las personas en cuanto tales sino en la medida en que obtiene un beneficio el uno del otro. Esta relación está sujeta a la medida y al cálculo y carece de la generosidad, disponibilidad y donación que caracterizan una verdadera amistad.

Como diría el Principito: “Las personas mayores aman las cifras. Cuando les habláis de un nuevo amigo, no os interrogan jamás sobre lo esencial. Jamás os dicen: ¿Cómo es el timbre de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas? En cambio, os preguntan: ¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre? Sólo entonces creen conocerle...” Las relaciones fundadas en la utilidad son estables mientras dura el beneficio mutuo.

Las amistades constituidas en el placer o en la utilidad pueden producir cierta felicidad; pero no la felicidad plena y profunda que colma el deseo más profundo del hombre de amar y ser amado.

Finalmente llegamos al tercer tipo de amistad, llamada por Aristóteles: “amistad perfecta”. Esta relación auténtica no echa sus raíces en lo que una persona tiene o en el placer que me puede procurar sino que se alimenta en lo que el amigo es, en el valor y la belleza de su personalidad, en la aceptación de sus virtudes y defectos, en el conocimiento profundo y recíproco. El fruto de la amistad verdadera está en la alegría de amar y ser correspondido, en la satisfacción de dar más que de recibir. El tiempo, en este estrado tan elevado, no apaga los motivos de esta amistad sino que con el pasar de los años los lazos que la unen se purifican y se hacen aún más fuertes.

En el libro El Principito, el zorro al despedirse de nuestro pequeño protagonista le desvela su gran secreto: “no se ve bien sino con los ojos del corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. El verdadero amigo es aquel que ve con los ojos del corazón para trascender las apariencias de un físico, de las posesiones materiales, de las circunstancias, y para buscar desinteresadamente el verdadero bien de la otra persona. Encontrar un verdadero amigo es encontrar un tesoro.

Los mejores amigos demuestran su afecto y confianza y están dispuestos al sacrificio de sí mismos por el otro. Así la amistad perfecta se convierte en un componente clave para la felicidad que buscamos en esta tierra.

Atentamente.

M. José Cicero

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